46 escalones… Son los que hay que subir hasta mi hogar. La primera vez que lo hice, fue cuando buscaba mi nuevo futuro. La que había sido mi vivienda los últimos 15 años ya tenía nuevos dueños. Todas mis cosas, poco a poco, eran guardadas en cajas. Mi vida estaba empaquetada en una de las habitaciones del piso que pronto debía abandonar, el que en breve sería el hogar de otra familia.
Cuando entré por primera vez por la puerta de este tercero sin ascensor pensé: ni de coña. Hacía más de tres años que nadie vivía en él. Estaba sucio, tenía un olor a humedad que tumbaba. En la habitación pequeña, en la ventana exactamente, había pegatinas de los Mossos, cada una con un número, y en el marco, polvo negro del que se usa para sacar huellas dactilares. Me imaginé una escena de CSI y miré el suelo por si veía la silueta de un cuerpo. Solo habían intentado okuparlo, por suerte. Las terrazas estaban llenas de moho y suciedad. Nada apetecible. Miré al techo y vi las vigas. Me encantaron. Le daban al piso un aire de casa. Me imaginé el pasillo largo lleno de estanterías con libros. Mi habitación con una gran cama. Las terrazas con una mesa y sillas en cada una. En la media hora larga que estuve visitando el piso, llegué a verlo con cortinas, un cómodo sofá, fotos en las paredes, etc.
El chico de las fincas me decía que una vez limpio y arreglado el piso estaría bien y bla bla bla. Le contesté: Mira Daniel, ésto es un zulo, no me lo adornes, porque ahora mismo no tiene otra definición. Pero ¿sabes? Lo haré mi hogar. Empecemos con los trámites.
Era el mes de mayo y hasta 5 meses después no tuve el aprobado de la Generalitat, al tratarse de un piso embargado. Durante la mayor parte de ese tiempo tuve que vivir en una habitación, junto a dos personas muy peculiares que al final se convirtieron en amigos. Fueron unos meses de pasar nervios por si la Generalitat decidía comprar y destinar el piso a alquiler social (irónico que compren una vivienda embargada para darla en alquiler a personas que han sido deshauciadas.) Pero por fin se produjo la ansiada llamada: «Te puedes quedar el piso. Han renunciado a él«.

Llamé a mi madre para darle la noticia y las dos lloramos. Por fin tendría mi hogar. Esos 46 escalones implican mi independencia. Mi libertad. Llevar la responsabilidad de las riendas de mi vida. Y todo eso conlleva un esfuerzo. También son los 46 escalones que llevan hasta mi cama. Unos no pisan el portal y otros se quedan a mitad de camino. Llegar hasta arriba no es tan fácil. El deseo de una mujer se ha de ganar poco a poco, escalón a escalón. No puedes coger el ascensor y llegar hasta la cima en un momento
En este blog pretendo explicar muchas cosas, algunas verídicas y otras fruto de mi imaginación. Creerlas o no, lo elegirá el lector. También pretendo escribir sobre temas que me resulten interesantes. Aquí seré yo, con mis virtudes y defectos. Si te apetece, dame la mano y sube conmigo los 46 escalones.
Lila.